miércoles, 14 de octubre de 2020

enredados en las redes

 

Tengo una antiimperialista aversión por la muy ecuatoriana costumbre de hablar en inglés sin que medie ninguna necesidad real. No sé si eso es bueno o malo y la verdad ni me importa. Pero ya nada. Nadie es perfecto. Y fue esto lo que me ganó cuando vi un meme en inglés que alguien había posteado en facebook. No por el meme en sí, sino porque después había tres o cuatro comentarios en inglés de personas que yo sé que no son ni norteamericanos, ni ingleses, ni australianos, sino más ecuatorianos que el chocho con tostado. Entonces me permití un comentario que a su vez provocó la reacción agria del dueño del post que a su vez provocó otro ácido post de mi parte que eliminé a la velocidad porque pensé que ya me estaba sobrepasando, y así... Ahora el dueño del post original me odia. Y no hay casi veinte años de buena amistad que lo compongan.

Luego, se me ocurre postear un ingeniosísimo y muy celebrado comentario en donde asevero que hay posts de facebook que parecen nacidos de un tumor cerebral. Entonces alguien que alguna vez tuvo un tumor cerebral me ordena, con un mal disimulado 'porfavor', que retire el post porque es violento. 

Digo... ¿merece la pena vivir así? Sensibilidades van, sensibilidades vienen... unos ladran, otros muerden... unos se sienten ladrados, otras se sienten mordidas... y todo se convierte en una sacadera de madre que no veas.

Ese es el peligro de las redes sociales: parecen un juego inocente, pero en últimas no lo son. Creemos que podemos expresarnos en ellas con libertad, olvidando que en la vida real la libertad es una entelequia más, y las redes forman ahora parte de esa "vida real". 

Pero el problema no se queda ahí. El problema es que alguien más allá de nosotros se entera y lo tiene muy en cuenta. Porque igual nos mostramos desaprensivamente cuando nos va bien, cuando estamos felices, cuando nos duele el corazón, cuando nos da un ataque de osteocondritis y cuando nos hemos enterado de la traición de alguien en quien teníamos puesta alguna esperanza. 

Esa impúdica manera de mostrarnos nos pasa factura, y no solamente simbólica. En realidad no sabemos quién está medrando de nuestros sentimientos y pasiones, nobles y bajas. Nos angustiamos si no llega el ansiado like a una foto. Ya por suerte nos hemos dado cuenta de que es mejor no mostrar fotografías de nuestros bebés y niños. Pero todavía nos cuesta dejar de lamentar en público (y qué público) nuestras pérdidas o de celebrar triunfos cotidianos que en realidad nos vuelven más pasto del ridículo que de la felicitación ajena. 

Las redes sociales juegan con nosotros. Se aprovechan de nuestras fragilidades. Conocen nuestro estado psicológico al minuto. Obviamente también están al tanto de nuestras definiciones y evoluciones políticas. Saben cómo saludamos el cumpleaños de nuestros amados y con quién nos acabamos de pelear. Pero más grave aún: conoce nuestro sistema de valores, nuestros condicionamientos éticos... y por supuesto bajo qué se abaten. Saben qué nos gusta comenr, qué música escuchamos y qué rechazamos. Aparte de que utilizamos el medio para mandar indirectas y otros menesteres parecidos.

La pregunta es... ¿quién se beneficia de esto, y cómo? ¿Son, como muchos creen, un mecanismo de control que nos tiene bailando al son que tocan para ver hasta qué punto se apoderan de nuestra alma? ¿Y hasta qué punto eso nos va convirtiendo en autómatas o marionetas movidas por hilos cibernéticos por una serie de inconfesables y turbios motivos? 

Escucho las conversaciones de mi hija y mi yerno: más de un 60% nacen de un post de facebook y lo que ellos interpretan de eso. A veces incluso terminan discutiendo acremente por algún tema de algún extraño a quien han decidido juzgar a partir de las redes sociales. 

Nos sacan del mundo. Mueven nuestras emociones a su antojo. Nos engañan. Y todo al vaiven de inteligencias artificiales sin entrañas que solamente evalúan algoritmos para llevarnos y traernos al vaivén de los antojos del mercado y los proyectos de dominación de la élites del planeta. Miren si no el documental de Netflix El dilema de las redes sociales. No somos más que un juguete, una ficha del lobby corporativo poderosísimo detrás de las redes sociales. 

Y lo hacemos con todo gusto, además. 

Horrible, es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario