sábado, 12 de noviembre de 2022

DE MUERTO YA PARA QUÉ

 

El diez de noviembre pasado, César Chávez no pudo soportar más la vida. 

No lo traté mucho. Saludamos pocas veces. De una de ellas tengo un recuerdo agradable, si no entrañable: pasé un día entero en el Centro Cultural Benjamín Carrión grabando un episodio de aquella añorada serie de programas culturales que, como muchas otras cosas de aquel tiempo, la estulticia neoliberal suspendió para siempre, y que se llamó Expresarte. Durante una mañana me hicieron algunas tomas para el episodio, en donde se mezclaban, de un modo un tanto bizarro (y nunca supe por qué) los payasos de los buses, la música rockolera y mi novela Salvo el calvario. En las pausas, conversamos de libros, de estudios, de la enseñanza en colegios, del trabajo. Me mostró la biblioteca, me preguntó sobre mi experiencia docente y sobre mi libro... 

Fue la única vez. No pude cultivar con él una amistad estrecha. Luego, en eventos del Centro Cultural Benjamín Carrión, su casa, topábamos eventualmente. Siempre saludábamos. La última vez fue en alguna presentación de libro post-pandémica, en donde, como siempre, nos sonreímos, acercamos nuestras mejillas enmascaradas la una a la otra, y nos preguntamos por nuestros respectivos estados. No sabía que era la última vez. Quizás él tampoco. 

Ahora que se ha ido y ya no podremos estrechar más nuestros lazos, miro las lamentaciones en redes sociales. Todas, absolutamente todas, hablan de su amor por los libros, de sus dotes literarias, de su inteligencia, y más que nada de su generosidad, de su amistad, de su bondad, de su apertura, de su luz interior. Y yo, que no lo conocí tanto y que sin embargo doy fe, por esa mañana compartida, de una gran amabilidad y de un talante sereno y cordial, me pregunto, dolida, ¿sabría él de todos esos tesoros que anidaban entre los recovecos de su alma? ¿Alguien se los habría mencionado, reflejado, validado, en fin, en este mundo y en este país en donde el que no arrancha la vida a los demás corre por la suya propia sin que nada más le importe? 

Lo que pasó, pasó, y lo que se ve es lo que hay, como dicen en España. Pero tal vez si a César le hubiera llegado en vida toda esta retroalimentación de su calidad humana, el momento de la decisión fatal no habría sido tan oscuro, e incluso -fantaseo- se lo habría pensado mejor. Y me pregunto por qué callamos tanto los afectos. Por qué nos aguantamos los elogios sinceros y sentidos, y sobre todo, por qué evadimos tanto esa maravilla de la comunicación humana que es la alabanza descriptiva para quienes no solo la merecen, sino que además la necesitan. 

No quiero sembrar culpas, y no lo digo para nadie más que para mí. Pero siento que es muy importante saber manifestar el afecto a tiempo. Y sobre todo validar las cualidades de los demás con gratitud y sinceridad. Sin miedo a la cursilería. Me parece que en esto es preferible pecar por exceso que por defecto. 

Querido César, ojalá que en donde esté su alma ya haya trascendido de todos los dolores que enturbiaron su vida. Y sobre todo, ojalá esté recibiendo el premio a lo que dio desinteresadamente, quizá olvidándose de usted mismo. No pude ser su amiga, como tantos otros que hoy lo lloran tanto y tan sinceramente, añorando todo lo de bueno y generoso que usted les dio, pero le agradezco aquella agradable mañana compartida, y sobre todo la lección de vida. Buen viaje, paz y luz para su alma, y que si existe un más allá en donde usted está, encuentre libros y amigos, tranquilidad y amor. 

 

domingo, 14 de agosto de 2022

MÁS SOBRE CANAS

 
Se me ocurrió publicar otro post, o mejor dicho compartir en redes otro artículo sobre el tema de las canas y en general la aceptación del aspecto a medida que una se hace mayor. Como ha sucedido en otros artículos, se ponían como ejemplo de ello a quince actrices que han rebasado la mitad de la sexta década y ya no se tiñen el cabello ni se han hecho intervenciones quirúrgicas o cosméticas en el rostro. Pues bueno, las reacciones no se han hecho esperar. Y está bien, para eso una publica cosas en Facebook. Sin embargo, creo que no es tanto en el tema de los procedimientos de rejuvenecimiento cuanto en las reacciones que provoca el tema donde se debe centrar el interés.En fin de cuentas, estoy consciente y sé que cada persona, si cuenta con los medios y las ganas suficientes, puede mantener la ilusión de que detiene el paso de los años por su rostro o su cabello si así lo desea. Eso, aunque no sea mi opción personal, no se cuestiona. Ni siquiera se cuestiona lo que hay detrás, aunque ya puede resultar discutible en ciertos casos, si se parte de las justificaciones que se dan. Pero en fin, esta vez una reacción en particular me dejó pensando. Y no es nada personal, es que pensé que los tiros iban por otro lado.

 
Una persona se indignó con el artículo de revista digital que posteé porque dijo que se les sigue diciendo a las mujeres cómo tienen que verse desde el patriarcado. En realidad, resultaría un poco contradictorio, pues lo que hacía el artículo era mencionar las actrices que han decidido simplemente dejar de teñirse el cabello y no hacerse intervenciones en el rostro. Siempre me ha parecido que lo patriarcal era lo otro: teñirse el cabello para ocultar las canas, inyectarse u operarse para borrar las arrugas. Porque, si hablamos con sinceridad, ¿por qué se lo hace? Se dirá que para 'verse bien' (¿se ve 'mal' una mujer con canas y arrugas?) y para sentirse ídem. Sin embargo, y sin perjuicio de que esta no sea la motivación principal, me ha parecido que es para seguir 'gustando'. ¿Y a quién? Ya. No creo estar equivocada. Una mujer más joven está todavía 'vigente', puede ser elegida como pareja quizá con más ventaja que otra que dice la edad, tiene mechones blancos y solo se pone una crema simple en las patas de gallo. Y sobre todo, disimular los años crea la ilusión de prevenir el reemplazo por una más joven. Tengo la impresión de que quien se aviene al mandato patriarcal es la que modifica su aspecto con miras a aparentar juventud. Ojo, que no digo que esto sea ilegítimo, solo afirmo que me parece que es esta la actitud que se inclina a complacer mandatos patrarcales. 
 
Ahora, claro, puede haber quien se tiña el cabello de violeta o azul, se haga tatuajes en las mejillas y otras modificaciones por un afán iconoclasta, lo cual no calzaría ya en el caso anterior. Y que tampoco voy a atreverme a calificar de ilegítimo, ni siquiera a cuestionar y mucho menos a juzgar.
 
 
Por otro lado, se censuró acremente que fueran puestas como ejemplos solamente personajes de la farándula, y por eso he puesto a presidir este párrafo el rostro arrugado y con cabello canoso de la escritora Marguerite Yourcenar. Pienso en otras personas también, como Marie Curie, científica polaca-francesa, cuyos retratos en la edad madura la muestran bastante canosa. Pero además en lo que a aspecto físico se refiere generalmente los modelos están en la farándula, quizás a eso se debe que los patrones faciales ahora sean tan similares. En fin, quizás sea un acto de libertad tener todas la cara lo más parecida posible a la de la Mujer Gato, no sé. Lo cual tampoco creo que sea ilegítimo. A mí no me gustaría, pero como me lo han hecho saber y sentir hasta la saciedad, ¿quién soy yo para siquiera insinuar nada al respecto? 
 
Ahora también han aparecido insinuaciones de tendencia 'psicoanalítica' que sugieren que soy yo quien tiene un tema personal con esto de las canas y preocupaciones sobre el paso de los años. Tal vez sí, es posible. Pero hay motivos: cuando decidí, después de muchos años de hacerlo regularmente, dejar de teñirme el cabello, poca gente lo aprobó. Pero debo aclarar además que quienes  más y peor se opusieron fueron mujeres. Muchas se indignaron y hasta se enojaron conmigo. Y es ahí donde me nace un profundo ¿por qué? ¿En qué ofende a las mujeres que se tiñen que alguna deje de hacerlo? Es ese y no otro el motivo que me ha llevado a seguir defendiendo, incluso con el apoyo de publicaciones afines, mi opción, no como la única posible, sino como una válida y tan respetable como la otra. O las otras. He escuchado, asombrada, que hay personas que toman el hecho de no teñirse las canas como 'descuido' o incluso 'mala educación' o hasta falta de higiene o de respeto a los demás. ¿Es en serio?, me pregunto. ¿A tanto llega la obsesión con el paso de los años y el consiguiente cambio de aspecto?

 
Es importante aclarar que no me molesta que la gente se tiña el cabello o intervenga en su rostro para modificarlo (sería estúpido). Y aunque me da un poco de nostalgia y melancolía el paso de los años, tampoco me preocupa, pues el único modo de vivir bastante es cumpliendo años. Pero sí me he visto impulsada, por la actitid negativa o condescendiente (esa tenaz manera del irrespeto) de algunas personas, a explicar que, respecto de las canas, no soy la única mujer que lo hace, que los iconos de la moda y la supuesta belleza también han optado, en buena parte, por ello. Y que esa actitud es tan respetable como la de contarse la pequeñita mentira de que en el alma del cabello está el mismo color que en el tinte que lo recubre. Pero hablo por mí. Y sería bueno que así se comprenda. 

En las fotos: Carolina de Mónaco, Andy MacDowell, Marguerite Yourcenar y Chabela Vargas. Cuatro admirables canosas.

 

lunes, 27 de junio de 2022

COMPLEJOS SON LOS COMPLEJOS


Siempre me ha llamado la atención las sobrereacciones de la gente respecto de ciertos temas, así como el celo que ponen algunas personas en sentirse ofendidas de la nada y la virulencia con la que contraatacan a la supuesta ofensa. 

Y eso me sucedió hace algunas semanas cuando, a manera de broma y pensando en un comentario a un post mío, dije que quien se tiñe las canas no envejece con dignidad. Alguen -me lo dijo - se sintió 'violentada'. Con todas sus letras. Y si me tenía delante me pegaba. Hasta parecía que, si no fuera algo impresentable, habría pagado un sicario. O al menos esa impresión me dio. Porque además se puso a comentar cada dos minutos, en el mismo post. 

Hubo quien se rió. Hubo quien me reconvino UNA VEZ. Ella no. Creo que dedicó su mañana a atacar el post y a atacarme a mí. No se saciaba. 

Ahora bien, más allá de la anécdota, ¿por qué sucede esto? Obviamente, porque le toqué un punto sensible. Lo que para  mí era una simple broma, para esa persona en particular, fue una ofensa, una violencia, un menoscabo de su verdadera dignidad de ser humano. Y es ahí donde cabe la teoría de Carl Gustav Jung sobre los complejos, que él define como un "conjunto de representaciones relativas a un determinado acontecimiento cargado de emotividad", es decir, algo muy cercano a ser producto de un trauma. "Los complejos son contenidos psíquicos que están fuera del control de la mente consciente. Se han escindido de la consciencia y llevan una existencia separada en el inconsciente, estando en todo momento dispuestos para obstaculizar o para reforzar las intenciones conscientes", complementa también el gran psiquiatra suizo. 

Las acusaciones de esta persona fueron, en últimas, tan virulentas que hasta me dijo que detesto la hermosura en la mujer, manera disimulada de llamarfe 'fea', pero también manera inconsciente de exponer su complejo de inseguridad ante su propio aspecto que, por otro lado, no es para nada desagradable. 

En algún momento intenté una explicación, pero al ver su cerrazón ante mi tentativa, y ante el temor de que se volviera a poner agresiva, decidí recular. Luchar contra el inconsciente ajeno es tarea de titanes. Pretender razonar ante el pánico, también. 

Sin embargo, más allá de acusaciones, también hay lecciones para mí. Hace años decidí ya no teñirme el cabello. Sé que no soy una Elizabeth Taylor (me han comparado con Kathy Bates, jaja, lo cual no me deja muy bien parada en belleza, al menos no tanto como en talento), y tampoco me importa tanto. No tengo a quien retener y siento mi cabello mucho más sedoso al tacto y hasta agradable que cuando era esclava del gabinete y el tinte. Por otro lado, estoy consciente de que si alguien quiere modificar su aspecto en aras de la belleza o de la aparente juventud y cuenta con los medios necesarios, puede hacerlo, y no está mal. Quizás debería quedarme tranquila con esa paz, y no confrontar las motivaciones ajenas a hacer lo que se hace, de seguro tan respetables como mi manera de ver el mundo, mientras no le haga a nadie un daño real.


miércoles, 13 de abril de 2022

DETRÁS DE LA MASCARILLA

Estos últimos años pandémicos existe una experiencia que se ha repetido en varias ocasiones: se conoce a alguien con mascarilla o cubrebocas, es decir que se conoce solamente la parte superior de su rostro. Sin embargo, por alguna natural tendencia de la percepción, se tiende a completar la imagen con lo que nuestro cerebro elige de acuerdo con la mitad del rostro que puede observar. Luego, por alguna circunstancia, la persona que conocemos o acabamos de conocer se descubre y resulta que nunca, pero nunca, el rostro total es el que habíamos imaginado. Jamás conseguimos 'adivinar' con exactitud qué es lo que hay debajo del cubrebocas o barbijo. Siempre lo que aparece será una sorpresa, y a veces inesperada o desagradable. 

Esto, que parecería obvio, siempre nos suele asombrar, pues solemos tener la seguridad de que las cosas son como pensamos, y existe un leve choque cuando alguna persona se descubre delante de nosotros y vemos una sonrisa, unos labios, una nariz de facturas muy diferentes a las que suponíamos. 

Llevando la reflexión un poco más allá, podríamos decir que no solamente es así cuando de barbijos y rostros se trata, sino que se puede extrapolar esta situación a la vida en general. Porque cuántas veces nuestro cerebro o nuestro corazón han completado un rostro, una personalidad, un carácter, la calidad de una relación, etc., etc. a partir de solamente una o dos características de una persona. 

¿Cuántas veces nos hemos enamorado de alguien o nos hemos aferrado a una certeza que partía de acercarnos solamente a la parte observable y dejar que nuestra fantasía complete el resto? ¿Cuántas veces hemos idolatrado a cantantes, músicos, artistas o actores imaginando que su vida personal, correspondiente a la parte no vista de la cara, era la que parecía predecir o ir en lógica concordancia con su obra o su fama, correspondiente a la parte no visible? Y lo que es peor ¿cuántas veces nos hemos aferrado a certezas que en realidad no tenían ningún asidero, basándonos en lo que creíamos que se avizoraba a partir de algún detalle que después se nos reveló absolutamente irrelevante, así como la hipotética correspondencia que podía existir entre un color de ojos y una forma de labios? 

La vida siempre está dando lecciones. Y así como unos bellos ojos no necesariamente llevan como condición sine qua non a una bella nariz y una boca besable, una parte no necesariamente habla de un todo en concordancia. Por eso es mejor esperar a que la gente y la vida se quiten la mascarilla para tomar cualquier importante decisión. ¿O no?

domingo, 4 de julio de 2021

libros y lecciones


 
Me eligieron madrina de una confirmación. Quienes me conocen saben de mis desencuentros con las religiones en general y con la católica en particular. Más ahora, que en Canadá se han descubierto tantas fosas comunes de niños maltratados en escuelas de esa confesión. Todo mi ser se rebela contra una institución genocida y codiciosa de poder temporal y bienes materiales. Y sí, si quieren, hay un conflicto entre eso y convertirme en el apoyo espiritual de alguien que profesa esa contradictoria fe.
Pero es en ese momento cuando recuerdo esa bella y estremecedora novela corta de Miguel de Unamuno: SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR. La historia de un sacerdote católico que descubre la falsedad de su fe y sin embargo comprende, más allá de eso, que no es nadie para quitarle a la gente sencilla el único consuelo de su vida. 
 
No creo el el dios psicópata y tirano del Viejo Testamento, que pide sacrificios de animales y manda a matar con saña a cualquiera que no se humille ante él. Tengo serios reparos sobre la existencia histórica y real de Jesús de Nazareth. Creo que la institución, en sí, junto con todas sus ramificaciones, no se ha caracterizado por su honestidad ni por su integridad. Sin embargo, como el bello personaje de Unamuno, ¿quién soy yo para enlodar el corazón sencillo de la gente que busca paz espiritual y quiere ser buena acercándose a algo más grande? 
 
Y entonces pienso en que es en momentos así cuando las narraciones escritas por hombres y mujeres de recta consciencia pueden ayudarnos a estar en el mundo más allá del ego y la soberbia, sabiendo que en efecto, a veces el silencio vale oro, y que la sencillez del corazón puede siempre ser nuestra mejor recompensa. 
 
Gracias don Miguel de Unamuno, por la lección de la vida que cada palabra suya ofrece a quienes nos acercamos a su obra con la mente y el corazón abiertos, solo a la espera de que nos los abra un poquito más cada vez. Realmente recomiendo la lectura de este bello y breve libro a todos aquellos que muchas veces acompañan sus dudas religiosas con arrogancia y sentimientos de superioridad. Y que cada uno saque sus propias conclusiones. 
 
Ojo: y no he vuelto a ser católica ni cosa parecida. Tan solo me considero humana, y en proceso. 
 

miércoles, 26 de mayo de 2021

peliteñidas


Por razones que no detallaré aquí, confieso y confirmo que no soy afín a los regímenes neoliberales ni mucho menos a sus triquiñuelas ni a quienes, diciéndose de 'izquierda' han sido, son y serán funcionales a la derecha. Pero este artículo no trata precisamente de eso. 

Ocurre que el día de las elecciones de Presidenta de la Asamblea aquí, en Ecuador, el mal llamado 'Presidente' Lenin Moreno publicó en Twitter una felicitación a su coidearia (suponiendo que la traición y el muñequeo fueran ideas) que incluía una fotografía de ella, más joven. En dicha foto, la señora Guadalupe Llori, representante del movimiento, partido o lo que sea, Pachakutik, o sea indígena, mostraba una cabellera teñida con rayitos rubios. 

Lo critiqué en facebook, sí. No critiqué el hecho en sí de teñirse. Critiqué el hecho de que ella, una mujer que se dice indígena (luego me hicieron saber que sus padres son colonos), se tiña de rayitos rubios.

Bueno, me cayeron. Me dijeron racista porque pienso que una mujer indígena no puede teñirse de rubio, y lo digo. No es así. Una mujer de cualquier etnia puede teñirse el cabello de cualquier color cuando se le pegue en gana. Pero... todo gesto habla. Y el gesto de una mujer de cabellera oscura que se tiñe de rubio habla en favor del cabello rubio, o del deseo de tenerlo. Si se hubiera teñido de azul, como Lucía Bosé, no habría problema, es una actitud rebelde, iconoclasta, creativa... Pero una mujer que no solo se dice 'indígena', sino que además pertenece a un partido político de raigambre idem... ¿pintándose los rayitos rubios para esconder las canas? Pero la racista soy yo, que quede bien claro. 

En general, los reclamos venían más de mujeres que de hombres. Y el hombre también lo tomó como que yo afirmaba que una mujer indígena no podía lucir una cabellera rubia. Como dije más arriba, pueden hacer lo que se les venga en gana con su cabello o cualquier otra parte de su organismo. Eso es de cada una y no está bien ni mal. Pero me sigue llamando la atención que alguien que se dice indígena opte por teñirse del color de cabello de quienes sojuzgaron y sujuzgan a su pueblo. ¿Dónde queda la consecuencia? 

Sin embargo, lo que más me llamó la atención son los comentarios de mujeres en el post, defendiendo el derecho a teñirse, saltando como canguil ante la crítica a una cosa pensando que estaba criticando otra. Simplemente vieron un rechazo al hecho de teñirse el cabello y no lo pudieron resistir. 

Recuerdo entonces la reacción de una compañera de trabajo cuando decidí que ya no escondería más mis canas con tinte: se enojó conmigo un día corrido. ¿Por qué? No sé. Juro que nunca pensé en hacerle nigún daño con tan ingenua actitud. ¿Será que le molestaba que una mujer más joven que ella luciera una cabellera cada vez más blanca? Pues para mí seguirá siendo uno de los más grandes y terribles enigmas de la humanidad. 

¿Por qué son las mujeres tan suceptibles a este tema? Y digo son porque, a pesar de ser mujer, la verdad para mí no le hace que se tiñan o no el cabello. El tema con la señora Llori se debía a otros motivos, a otras razones y a otras visiones de la vida. Pero explicar que no critico el hecho de teñirse, que no ataco a la señora de cabellera gris que se la tiñe de caoba, de rubio, de verde o de rosado sino una inconsecuencia de base con lo que se es y se dice ser... pues termina en que soy racista, sexista y que no tengo sororidad. 

Y convénzales de lo contrario. No se puede. No sé si en el corazón de las amigas que comentaron mi post quejándose por la supuesta crítica al cabello teñido anidan los mismos conceptos, visiones y sentimientos que en la amiga que se ofendió cuando dejé de teñirme el cabello. ¿Qué parte de su seguridad femenina sienten atacada? ¿Qué cosa horrible representa para las mujeres que se tiñen el cabello una que deja de hacerlo o creen que lo critica? ¿Por qué es falta de sororidad advertir una incoherencia en una dirigente que se dice indígena pero se tiñe rayitos rubios? ¿Será preferible criticarle que lee en voz alta como una niña que estaría terminando -sin honores - el segundo año de EGB? 

No sé. Lo que siento es que en el fondo el color del cabello y sus múltiples sentidos y significados también ha llegado a ser una de las muchas burkas invisibles que las supuestamente libres e independientes mujeres de esta parte del mundo nos vemos obligadas a portar. 

 [En la foto Janine Añez, exdictadora de Bolivia, cuyos acusados rasgos indígenas contrastan con el tono de su cabello, pero ella por lo menos no se autoidentificaba como indígena.] 

miércoles, 14 de octubre de 2020

enredados en las redes

 

Tengo una antiimperialista aversión por la muy ecuatoriana costumbre de hablar en inglés sin que medie ninguna necesidad real. No sé si eso es bueno o malo y la verdad ni me importa. Pero ya nada. Nadie es perfecto. Y fue esto lo que me ganó cuando vi un meme en inglés que alguien había posteado en facebook. No por el meme en sí, sino porque después había tres o cuatro comentarios en inglés de personas que yo sé que no son ni norteamericanos, ni ingleses, ni australianos, sino más ecuatorianos que el chocho con tostado. Entonces me permití un comentario que a su vez provocó la reacción agria del dueño del post que a su vez provocó otro ácido post de mi parte que eliminé a la velocidad porque pensé que ya me estaba sobrepasando, y así... Ahora el dueño del post original me odia. Y no hay casi veinte años de buena amistad que lo compongan.

Luego, se me ocurre postear un ingeniosísimo y muy celebrado comentario en donde asevero que hay posts de facebook que parecen nacidos de un tumor cerebral. Entonces alguien que alguna vez tuvo un tumor cerebral me ordena, con un mal disimulado 'porfavor', que retire el post porque es violento. 

Digo... ¿merece la pena vivir así? Sensibilidades van, sensibilidades vienen... unos ladran, otros muerden... unos se sienten ladrados, otras se sienten mordidas... y todo se convierte en una sacadera de madre que no veas.

Ese es el peligro de las redes sociales: parecen un juego inocente, pero en últimas no lo son. Creemos que podemos expresarnos en ellas con libertad, olvidando que en la vida real la libertad es una entelequia más, y las redes forman ahora parte de esa "vida real". 

Pero el problema no se queda ahí. El problema es que alguien más allá de nosotros se entera y lo tiene muy en cuenta. Porque igual nos mostramos desaprensivamente cuando nos va bien, cuando estamos felices, cuando nos duele el corazón, cuando nos da un ataque de osteocondritis y cuando nos hemos enterado de la traición de alguien en quien teníamos puesta alguna esperanza. 

Esa impúdica manera de mostrarnos nos pasa factura, y no solamente simbólica. En realidad no sabemos quién está medrando de nuestros sentimientos y pasiones, nobles y bajas. Nos angustiamos si no llega el ansiado like a una foto. Ya por suerte nos hemos dado cuenta de que es mejor no mostrar fotografías de nuestros bebés y niños. Pero todavía nos cuesta dejar de lamentar en público (y qué público) nuestras pérdidas o de celebrar triunfos cotidianos que en realidad nos vuelven más pasto del ridículo que de la felicitación ajena. 

Las redes sociales juegan con nosotros. Se aprovechan de nuestras fragilidades. Conocen nuestro estado psicológico al minuto. Obviamente también están al tanto de nuestras definiciones y evoluciones políticas. Saben cómo saludamos el cumpleaños de nuestros amados y con quién nos acabamos de pelear. Pero más grave aún: conoce nuestro sistema de valores, nuestros condicionamientos éticos... y por supuesto bajo qué se abaten. Saben qué nos gusta comenr, qué música escuchamos y qué rechazamos. Aparte de que utilizamos el medio para mandar indirectas y otros menesteres parecidos.

La pregunta es... ¿quién se beneficia de esto, y cómo? ¿Son, como muchos creen, un mecanismo de control que nos tiene bailando al son que tocan para ver hasta qué punto se apoderan de nuestra alma? ¿Y hasta qué punto eso nos va convirtiendo en autómatas o marionetas movidas por hilos cibernéticos por una serie de inconfesables y turbios motivos? 

Escucho las conversaciones de mi hija y mi yerno: más de un 60% nacen de un post de facebook y lo que ellos interpretan de eso. A veces incluso terminan discutiendo acremente por algún tema de algún extraño a quien han decidido juzgar a partir de las redes sociales. 

Nos sacan del mundo. Mueven nuestras emociones a su antojo. Nos engañan. Y todo al vaiven de inteligencias artificiales sin entrañas que solamente evalúan algoritmos para llevarnos y traernos al vaivén de los antojos del mercado y los proyectos de dominación de la élites del planeta. Miren si no el documental de Netflix El dilema de las redes sociales. No somos más que un juguete, una ficha del lobby corporativo poderosísimo detrás de las redes sociales. 

Y lo hacemos con todo gusto, además. 

Horrible, es.