Siempre me ha llamado la atención las sobrereacciones de la gente respecto de ciertos temas, así como el celo que ponen algunas personas en sentirse ofendidas de la nada y la virulencia con la que contraatacan a la supuesta ofensa.
Y eso me sucedió hace algunas semanas cuando, a manera de broma y pensando en un comentario a un post mío, dije que quien se tiñe las canas no envejece con dignidad. Alguen -me lo dijo - se sintió 'violentada'. Con todas sus letras. Y si me tenía delante me pegaba. Hasta parecía que, si no fuera algo impresentable, habría pagado un sicario. O al menos esa impresión me dio. Porque además se puso a comentar cada dos minutos, en el mismo post.
Hubo quien se rió. Hubo quien me reconvino UNA VEZ. Ella no. Creo que dedicó su mañana a atacar el post y a atacarme a mí. No se saciaba.
Ahora bien, más allá de la anécdota, ¿por qué sucede esto? Obviamente, porque le toqué un punto sensible. Lo que para mí era una simple broma, para esa persona en particular, fue una ofensa, una violencia, un menoscabo de su verdadera dignidad de ser humano. Y es ahí donde cabe la teoría de Carl Gustav Jung sobre los complejos, que él define como un "conjunto de representaciones relativas a un determinado acontecimiento cargado de emotividad", es decir, algo muy cercano a ser producto de un trauma. "Los complejos son contenidos psíquicos que están fuera del control de la mente consciente. Se han escindido de la consciencia y llevan una existencia separada en el inconsciente, estando en todo momento dispuestos para obstaculizar o para reforzar las intenciones conscientes", complementa también el gran psiquiatra suizo.
Las acusaciones de esta persona fueron, en últimas, tan virulentas que hasta me dijo que detesto la hermosura en la mujer, manera disimulada de llamarfe 'fea', pero también manera inconsciente de exponer su complejo de inseguridad ante su propio aspecto que, por otro lado, no es para nada desagradable.
En algún momento intenté una explicación, pero al ver su cerrazón ante mi tentativa, y ante el temor de que se volviera a poner agresiva, decidí recular. Luchar contra el inconsciente ajeno es tarea de titanes. Pretender razonar ante el pánico, también.
Sin embargo, más allá de acusaciones, también hay lecciones para mí. Hace años decidí ya no teñirme el cabello. Sé que no soy una Elizabeth Taylor (me han comparado con Kathy Bates, jaja, lo cual no me deja muy bien parada en belleza, al menos no tanto como en talento), y tampoco me importa tanto. No tengo a quien retener y siento mi cabello mucho más sedoso al tacto y hasta agradable que cuando era esclava del gabinete y el tinte. Por otro lado, estoy consciente de que si alguien quiere modificar su aspecto en aras de la belleza o de la aparente juventud y cuenta con los medios necesarios, puede hacerlo, y no está mal. Quizás debería quedarme tranquila con esa paz, y no confrontar las motivaciones ajenas a hacer lo que se hace, de seguro tan respetables como mi manera de ver el mundo, mientras no le haga a nadie un daño real.
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