Esto, que parecería obvio, siempre nos suele asombrar, pues solemos tener la seguridad de que las cosas son como pensamos, y existe un leve choque cuando alguna persona se descubre delante de nosotros y vemos una sonrisa, unos labios, una nariz de facturas muy diferentes a las que suponíamos.
Llevando la reflexión un poco más allá, podríamos decir que no solamente es así cuando de barbijos y rostros se trata, sino que se puede extrapolar esta situación a la vida en general. Porque cuántas veces nuestro cerebro o nuestro corazón han completado un rostro, una personalidad, un carácter, la calidad de una relación, etc., etc. a partir de solamente una o dos características de una persona.
¿Cuántas veces nos hemos enamorado de alguien o nos hemos aferrado a una certeza que partía de acercarnos solamente a la parte observable y dejar que nuestra fantasía complete el resto? ¿Cuántas veces hemos idolatrado a cantantes, músicos, artistas o actores imaginando que su vida personal, correspondiente a la parte no vista de la cara, era la que parecía predecir o ir en lógica concordancia con su obra o su fama, correspondiente a la parte no visible? Y lo que es peor ¿cuántas veces nos hemos aferrado a certezas que en realidad no tenían ningún asidero, basándonos en lo que creíamos que se avizoraba a partir de algún detalle que después se nos reveló absolutamente irrelevante, así como la hipotética correspondencia que podía existir entre un color de ojos y una forma de labios?
La vida siempre está dando lecciones. Y así como unos bellos ojos no necesariamente llevan como condición sine qua non a una bella nariz y una boca besable, una parte no necesariamente habla de un todo en concordancia. Por eso es mejor esperar a que la gente y la vida se quiten la mascarilla para tomar cualquier importante decisión. ¿O no?