Me eligieron madrina de una confirmación. Quienes me conocen saben de mis desencuentros con las religiones en general y con la católica en particular. Más ahora, que en Canadá se han descubierto tantas fosas comunes de niños maltratados en escuelas de esa confesión. Todo mi ser se rebela contra una institución genocida y codiciosa de poder temporal y bienes materiales. Y sí, si quieren, hay un conflicto entre eso y convertirme en el apoyo espiritual de alguien que profesa esa contradictoria fe.
Pero es en ese momento cuando recuerdo esa bella y estremecedora novela corta de Miguel de Unamuno: SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR. La historia de un sacerdote católico que descubre la falsedad de su fe y sin embargo comprende, más allá de eso, que no es nadie para quitarle a la gente sencilla el único consuelo de su vida.
No creo el el dios psicópata y tirano del Viejo Testamento, que pide sacrificios de animales y manda a matar con saña a cualquiera que no se humille ante él. Tengo serios reparos sobre la existencia histórica y real de Jesús de Nazareth. Creo que la institución, en sí, junto con todas sus ramificaciones, no se ha caracterizado por su honestidad ni por su integridad. Sin embargo, como el bello personaje de Unamuno, ¿quién soy yo para enlodar el corazón sencillo de la gente que busca paz espiritual y quiere ser buena acercándose a algo más grande?
Y entonces pienso en que es en momentos así cuando las narraciones escritas por hombres y mujeres de recta consciencia pueden ayudarnos a estar en el mundo más allá del ego y la soberbia, sabiendo que en efecto, a veces el silencio vale oro, y que la sencillez del corazón puede siempre ser nuestra mejor recompensa.
Gracias don Miguel de Unamuno, por la lección de la vida que cada palabra suya ofrece a quienes nos acercamos a su obra con la mente y el corazón abiertos, solo a la espera de que nos los abra un poquito más cada vez. Realmente recomiendo la lectura de este bello y breve libro a todos aquellos que muchas veces acompañan sus dudas religiosas con arrogancia y sentimientos de superioridad. Y que cada uno saque sus propias conclusiones.
Ojo: y no he vuelto a ser católica ni cosa parecida. Tan solo me considero humana, y en proceso.