Tenía un árbol al que solía abrazar por las mañanas cuando salía a caminar por la urbanización. Siempre estuvo ahí, para mí, como para el aire que se limpiaba en sus hojas, para los pájaros que seguramente lo visitaban, para los insectos que podían trepara por su tronco y sus ramas, para los gatos del vecindario que tal vez se afilaban las uñas en su corteza.
Durante algunos días, debido a algunos motivos entre los cuales se contaba la pereza, siendo sincera, dejé de salir a caminar, y hoy, por fin, a los tiempos, volví a hacerlo un poco antes de las seis de la mañana. Feliz, anduve la cuadra que me separa del parque lineal en donde me esperaba el abrazo de siempre, mi mejilla contra su rugosa corteza, la fuerza que me permitía absorber desde mi madre tierra. Pero al llegar al sitio mi corazón se detuvo en seco: había troncos talados por todas partes, y entre ellos el grueso y añoso de mi árbol alto y fuerte.
En un primer momento no supe qué hacer. Ni siquiera podía pasar. Era una masacre, no precisamente un campo de batalla, más bien se asemejaba a un bombardeo sobre población civil. Sin poder contenerme, murmuré:
-Te mataron...
Y sí. Lo mataron, y con él a una parte de mí. A esa que después de un día difícil y una noche peor se arrimaba contra él y sabía que la vida sigue, que hay fuerza, valor y algo más que la torpe inmediatez de cumplir alguna mezquina voluntad de humanos prepotentes ante la naturaleza.
Pensé con dolor en que nunca más nos abrazaríamos y, aturdida, me acerqué al que yacía en el suelo. ¿Qué irán a hacer con él? Las casas de la urbanización lucen todas árboles de navidad de plástico y otros materiales innobles. Y ahí estaba mi tronco abatido entre otros más. ¿Para qué? No lo sé ni quiero saber.
Me senté junto al tronco de mi querido árbol. Lo toqué suavemente. Le dije cuánto siento su partida y cómo lo voy a extrañar. Le agradecí la fuerza que me dio en los tiempos duros. Y él sabrá, con su alma vegetal, que en mis caminatas matutinas siempre me va a hacer falta.
Gracias, arbolito mío, por todo lo que me diste sin pedirme nada a cambio. Habría querido defenderte, encadenarme a tu tronco y decirles a los del progreso y la civilización que lo que es contigo es conmigo, pero no se pudo. Pensaba preguntar y reclamar, pero no sé si tenga sentido. El tiempo que vivimos es cruel, y tú lo sabes tan bien como yo. Pero gracias por todos esos innumerables días que compartimos menos de medio minuto en las mañanas, unidos tú y yo en un abrazo cariñoso que nos unía como seres de la creación.
Te voy a extrañar mucho, mucho, en cada caminata de cada día de mi vida sin ti que ha comenzado hoy...