jueves, 21 de septiembre de 2017

barro tal vez


En las lides políticas suelen suceder cosas interesantes. Y voy a contarles un par de ellas: 

La primera ocurrió porque me permití comentar en Facebook una caricatura de Bonil en la que aparecía una visión monstruosa del ex presidente Correa con un gusano en la boca, y yo a ese gusanito le puse un nombre y un apellido que ya se pueden imaginar cuál es. Pues bueno, esa caricatura la había compartido una persona de mi familia, cercana a mí en el afecto y un poco menos en las ideas. A los pocos minutos de haber escrito mi comentario (tal vez desaprensivo, lo acepto, tal vez invasivo de un perfil ajeno, lo reconozco), saltó la respuesta, y no me la esperaba. Me conminó a no meterme con la persona representada por el gusano en su muro, luego me llamó 'gusano' y 'arrastrada' a mí, y terminó con un rotundo y drástico: "A callar". Me quedé de una pieza, desconociendo a la persona y a esa persona en su relación conmigo. Incluso cuando nuestros sectores familiares tuvieron hondos desencuentros ella siempre mantuvo una cierta integridad ante la evidencia de los complejos... Y ahora, así, por un comentario... bueno, por suerte  no estuvimos en un cara a cara porque podríamos haber terminado en un 'cuerpo a cuerpo'. 

No soy una persona muy dotada para estas lides. Me hiero. Y duele. Pero hice algo que considero adecuado: en el tono más respetuoso posible, le escribí algunos mensajes en donde le expresaba cómo me sentía y le decía algunas cosas más. En seguida, ella reaccionó, deshaciéndose en disculpas. Supongo que ella también actuó bien y con buena intención. No lo dudo. Pero, al menos dentro de mí, algo se rompió. Como el plato de la esquizofrenia de la doctora Vera de Kohn, es decir, se rompió para siempre. Mientras ella, en sus discursos de perdón, derramaba cantidades industriales de pega "La Brujita", yo sentía que sí, que tal vez había cómo unir los pedazos del hermoso plato de fina porcelana que había sido nuestra relación familiar y de amistad, pero que el costurón de la rotura se notaría para siempre, se haga lo que se haga. Incluso me faltaban piezas. Me siguen faltando. 

Le dije que no se preocupara, no tenía sentido seguir forcejeando o dando excusas. Ella ya había hecho sus partes: la mala y la buena. Yo también, supongo. En largos párrafos ella recordó muchas cosas, dio muchas excusas y me contó aspectos de su vida que, como estaban las cosas en aquel momento, ya no me interesaba saber. 

No sé si estoy mal. No sé si es mejor que me tome un tiempo para reobservar esa relación con una perspectiva menos violenta. No sé si debo forzarme a olvidar y perdonar. O si es preferible dejar que los sentimientos en mi interior se vayan aquietando y que las cosas vuelvan a su cauce (si es que vuelven) a través de un proceso natural, en su tiempo y a su manera. Hoy por hoy no sé si todavía siento el asombrado dolor del primer momento, pero no me siento para nada lista para regresar por esos pagos como si nada hubiera sucedido.

La segunda historia ocurrió cuando hice, en post mío, de mi muro, un comentario tal vez un poco discriminatorio referido a un personaje de la política al que hoy por hoy tengo atravesado. Entonces una amiga (que ya me había reconvenido antes por un post), me escribió a reclamar por el asunto. En un tono un poco frío, debido sobre todo a que era una hora complicada del día y me estaba preparando para salir al trabajo, le dije que no quería discutir con ella sobre temas políticos. 

Había otras cosas, claro; pero lo principal era eso. Esa noche, o quizás un día después, esta amiga me escribió, igual que la otra persona, aunque más moderada, hay que reconocerlo, primero con una visión resentida de mi actitud displicente, y luego largos párrafos recriminatorios sobre mi anterior inteligencia y sobre mi actual actitud, recuerdos de desencuentros pasados, juicios de valor van, juicios de valor vienen, etc., etc., etc... 

Debo aclarar que esta persona es por lo menos dieciocho años menor que yo, y la tenía ahí, pretendiéndo enseñarme cómo vivir, qué hacer, y qué escribir en los comentarios de mis propios posts en la red social. Fui todo lo conciliadora que pude, pero luego me puse a pensar... 

Bueno, hay que reconocer que hablar de lo difícil que será masturbarse en una silla de ruedas no fue precisamente elegante. Y mi propósito de no repetirlo es genuino. Sé que  no estuvo bien. Sin embargo, era mi comentario en mi post de facebook. De ordinario, yo no pongo comentarios agresivos, conminatorios ni reprensivos en ningún muro ajeno (lo del relato anterior fue una excepción, a los años, y hecha de una manera muy inocente). Cuando mucho un "me gusta" o una reacción de las opciones que se ofrecen. Soy respetuosa. No me agarro a discutir por qué tal persona puso esto o lo otro en cualquier parte, al menos hace un tiempo, no lo hago. No me siento con derecho. Peor en escribir un mensaje privado reprensivo sobre un comentario que para nada cambia el rumbo de mi vida... Entonces, ¿tengo que tolerar que alguien más lo haga? 

No lo sé. 

Siempre he sido la buena de todas las 'películas' en las que he participado. He perdonado muchas cosas en muchas relaciones hasta el momento en que algo en mi interior me anunciaba: "¡NO VA MÁS!". Siempre me he quedado callada ante ciertas cosas. Pero ahora de repente siento que debo poner un pare a todo esto. Ya no soy una persona joven. Tengo derecho a expresarme, y a equivocarme... 

La pregunta es... ¿estoy en lo correcto?